Mi lista de blogs

sábado, 3 de julio de 2010

Las tres pruebas


Solo Dios era al principio y Él estará en el fin de todo, verdad única del mundo. Teniendo en cuenta esta Suma Premisa dejo en sus Santas Manos el juicio del testamento que a continuación voy a plasmar en estos pergaminos, siendo la razón de esta confesión la limitada naturaleza con que el Altísimo dotó a los hombres, para que estos conozcan mi historia, de cómo llegué a abad de este monasterio, y juzguen con su justicia, ruego ayudados por la luz divina.

Corrían los tiempos de la III Cruzada contra el infiel para arrebatarle la Santísima Jerusalén de sus manos. Nuestro Rey Federico luchaba en esas tierras lejanas frente al fiero rey de los infieles, Saladino, cuando yo era un monje más de este monasterio, dejado a sus puertas de recién nacido, fui criado y educado por los monjes hasta que llegado a cierta edad me propusieron entrar en la comunidad y acepté con gran alegría y humildad. Todos los hermanos vivíamos en armonía con plena adoración a Dios dirigidos por nuestro venerable abad, que en los cielos descansa. Pero Él quiso reclamarle con prontitud y así en su lecho de muerte manifestó su última voluntad:”Antes de dejaros para acudir ante el juicio del Señor desearía tocar con mis manos la Tierra Santa que Él pisó”.Ante esta declaración los mayores deliberaron y tomaron una decisión:”Dos de los nuestros serán dotados de los medios necesarios, viajaran a tierra santa y regresaran con varios puñados de la misma, es lo menos que podemos procurar a nuestro santo padre”.

La noticia se propagó como la luz del alba por todo el monasterio, una atmósfera de curiosidad, incertidumbre y tensión se apoderó de todos nosotros. Se declaró día de ayuno y todos nos retiramos a nuestras celdas pronto para meditar. Me acuerdo perfectamente de esa noche....estuve orando durante toda ella, rogando a Dios que nos iluminara, pero fue al alba cuando recibí la revelación de Nuestro Señor:”Porque pides tú algo que tú puedes dar”.Fue tan claro como la luz matinal que entraba por el ventanuco de mi celda y así fue como rogué a nuestros ancianos que me permitieran participar en tan peligroso y santo viaje. Los Ancianos se retiraron a deliberar y la decisión fue tomada al día siguiente, además de quien seria mi hermano y compañero de viaje, que como todos sabéis fue Teofilo que Dios tenga en su gloria. Pidió también con fervor realizar tal viaje, ya que, según él, si Dios no quiso que él guerreara con su noble padre, el Barón, como su hermano mayor, al menos le sirviera en esta ocasión. Así cuando todo estuvo listo partimos uno de los días en que las nieves estaban prácticamente fundidas.



Nuestra primera meta fue la ciudad de los mercaderes, Venecia, cuyos santos patrones son el oro y la plata y donde hasta las piedras del camino están tasadas. Allí tratamos con un mercader que nos introdujo en la tripulación de una nave que se dirigía hacia oriente por la ruta de la seda, nuestra presencia fue muy agradecida debido a que los marineros confiaban en ella para que los ojos de Dios se fijaran en nosotros y nos protegiera de tempestades y de los piratas, cosa que ocurrió en el primer caso, no ya en el segundo, sin embargo no hubo incidentes gracias al rescate que pagamos. El viaje transcurrió sin más percances finalmente arribando sanos y salvos en el legendario puerto de Constantinopla. Por las historias que habíamos oído a viajeros esperamos ojos suspicaces y caras hurañas al ver nuestros hábitos ,sin embargo nuestra sorpresa fue tamaña al comprobar que hasta los mismísimos infieles se perdían en la inmensa masa de colores ,olores y sabores que conformaban tal Babel, cuanto menos se fijaron en nosotros mismos ,cosa que nos favorecía y protegía. Pasamos varios días en tal augusta ciudad buscando con recelo una caravana que se dirigiera a nuestra meta. Tras muchas caminadas, muchas palabradas y muchos oros la única opción fue una caravana dirigida por un cacique infiel y así misma compuesta en su mayoría por mercaderes mahometanos. Nuestras reticencias fueron muchas pero viendo que posiblemente fuera nuestra única posibilidad en mucho tiempo y que mi hermano no se decidía acudí ante el cacique y nos inscribí desembolsando la elevada suma pecuniaria. Teofilo enfureció cuando conoció de tal acto, estaba convencido de que los infieles aprovecharían cualquier oportunidad para asesinarnos y robarnos. Sin embargo traté de razonar con él, de que Dios estaba poniendo a prueba nuestra fe ofreciéndonos esta única solución .Tras mucho discutir, finalmente accedió, no sin antes advertirme que cualquier decisión que yo tomara por los dos provocaría su separación y cumplimiento de la misión por separado.

Así nos unimos a la caravana, emprendiendo el camino a través del desierto. La caravana formaba una comunidad donde el rey supremo era el cacique ,su palabra era ley y cualquier desobediencia podía conllevar graves castigos o incluso la muerte, cosa que por otra parte otorgaba muy fácilmente el desierto, siendo este para mi el lugar más parecido al infierno en la tierra. Solo esos extraños animales, los camellos, habiéndolos de una joroba o dos, parecían no sufrir tanto, pero tanto mi hermano como yo padecíamos grandemente, nuestras gargantas abrasaban y nuestras ropas no parecían las adecuadas .Cierto día topamos con otro de los peligros del desierto, unos bandidos embozados en trajes negros que al igual que los piratas del mar exigieron un peaje, y es que, en verdad ,así era el desierto ,un mar de olas arenosas y nada más, un mar que nos conducía a un futuro incierto pues las jornadas transcurrían y no llegábamos a nuestro destino, ni siquiera a un oasis donde repostar. Los hombres empezaban a inquietarse y comenzaban a surgir rumores de deserción. Y así ocurrió, una noche un grupo de hombres robó provisiones y camellos y huyeron rápidamente. A la mañana siguiente el cacique decidió perseguirlos, durante dos jornadas estuvimos tras su pista encontrándolos finalmente y librándose una fiera batalla de la que surgimos vencedores, no sin altos costes, los hombres y bestias estaban extenuados y las provisiones muy mermadas .El ambiente estaba crispado, el temor se apoderó de todos siendo lo único que ataba el palpitante caos que parecía avecinarse. Mi hermano me propuso abandonar la caravana y unirnos a otro grupo de desertores que ya habían planificado la huida .Mis dudas fueron creciendo a medida que se acercaba la fatídica noche, así que la tarde anterior acudí ante el cacique y confesé todo el plan, este hizo las comprobaciones pertinentes apresando a los integrantes de tal grupo y condenándolos a muerte, a excepción de mi hermano, perdonado por el cacique gracias a mis súplicas. A la mañana siguiente fueron ejecutados siendo enterrados hasta la cabeza y abandonados ,no sin antes de que el cacique se dirigiera a mi: “Escucha y no te arrepientas de tus actos, si no lo hubieras confesado, la traición la hubieras cometido tú mismo contra todos los hombres de esta caravana pues sin unión moriríamos todos, tan cierto como que Alá es el único Dios y Mahoma su profeta”.Así fue como creo nos salvamos por que conseguimos llegar a nuestro objetivo, Damasco, aunque a un alto precio, a partir de ese momento Teofilo se distanció enormemente y sabiendo que caminaba a mi lado estaba completamente convencido de que hacía su camino en solitario.





Damasco estaba tomada por los cruzados, lo que nos dio cierto alivio y descanso. Repostamos y continuamos nuestro camino, esta vez en solitario. Los caminos parecían tranquilos y así avanzamos con rapidez y ligereza. Cierto día llegamos a un ancho y caudaloso río, comprobando que no podíamos cruzarlo decidimos seguirlo hasta que encontráramos la manera de hacerlo. Al avanzar en unas horas oímos un sollozo, nos adelantamos rápidamente y vimos que era una muchacha llorando desconsolada en la orilla del río .Todavía recuerdo la belleza de tan esplendoroso ser ,su cara era la de un ángel y sus ojos eran lo más bello que mi cansada mente puede recordar. Algo perturbador se apoderó de mi cuerpo y de mi mente, una ardorosa sensación que recordaría más veces en mi vida pero no de una forma tan intensa. Teofilo se le acercó y la interrogó, necesitaba cruzar el río para acudir a un galeno que salvara a su madre enferma pero debido a su constitución no podía. Yo recomendé a Teofilo dejar a la muchacha en manos de Dios y continuar con nuestra misión pero él apelando a la misericordia de Cristo cogió a la muchacha en brazos y empezó a cruzar el río. Mis improperios fueron varios, le pedí que no lo hiciera, que regresara inmediatamente pero finalmente llegó a la otra orilla y con la rabia que se apoderó de mí, hice lo mismo. La muchacha nos dio efusivamente las gracias y despareció rápidamente en busca del sanador, con mis bendiciones y mi consiguiente alivio. En estos momentos de senectud comprendo mi mala acción y ruego a Dios por mi alma y doy gracias a Teofilo por hacer algo que yo también debí hacer.





Tan cercana nuestra meta continuamos con ansias y renovadas energías. Por el camino nos encontramos con caravanas de soldadesca que nos informaba de las cruentas batallas que se libraban más adelante, nos aconsejaban que diésemos media vuelta o que, al menos, esperásemos la victoria del ejército cristiano. Ante nuestra negativa, nos pedían la bendición y continuaban su camino. Cansados por nuestro viaje ,avistamos un pueblo y acercándonos a él para descansar contemplamos el verdadero horror del infierno en la tierra, mucho peor que el desierto , campos regados por la sangre y carne de multitud de cuerpos humanos ,guerreros de ambos ejércitos muertos devorados por las alimañas, cuerpos quemados hasta ser solo esqueletos negruzcos, mujeres y niños abrazados y ensartados juntos , mujeres violadas y asesinadas, animales muertos sin sentido poblados de moscas y las tierras saladas y baldías. Dios, Nuestro Señor, ¿tanta muerte y sufrimiento es necesaria para que tu tierra descanse en paz?, mis días están cerca y aun esa tierra, a la cual Jesucristo trajo la buena nueva de la paz, sufre de la más horrorosa de las pestes, la guerra. Trastornados por tal visión abandonamos ese lugar, y ya no volveríamos a ser los mismos. Por fin, a los pocos días llegamos a las cercanías de Jerusalén, el campamento del ejército cristiano la sitiaba y nada ni nadie podía pasar sin su consentimiento. Preguntamos por el Señor que nos permitiera pasar, remitiéndonos al Conde Osvaldo, cuya tienda destacaba sobre muchas siendo fácil de encontrar. Pero de nada sirvieron nuestras súplicas, Osvaldo nos negó todo salvoconducto, según él por razones bélicas y porque no quería cargar sobre su conciencia la muerte de otros dos sirvientes de Dios. Fuimonos con angustia y desesperación de la tienda ,tanto camino, tantas dificultades, tanto sufrimiento...total para volver con las manos vacías...la muerte del abad estaba cerca y el tiempo corría en nuestra contra...Finalmente caí en un estado de melancolía pasiva, ya no me importaba nada que pudiera ocurrir ,solo quedé como un espantapájaros en medio del campamento. Llegó la noche y como despertando de una pesadilla me percaté de la ausencia de Teofilo, le busqué por todo el campamento infructuosamente, pregunté a todo el mundo pero nadie supo decirme nada. Llegó el alba y de entre las noticias de los centinelas me enteré del fin de Teofilo, intentando cruzar las líneas enemigas había sido atravesado por la saeta de un soldado cristiano que lo confundió con el enemigo. Nada peor podía ocurrir ya, la misión encomendada incumplida y mi querido hermano muerto en un acto de valentía, que Dios le tenga por siempre consigo. Abatido y angustiado decidí volver a mi tierra y a mi monasterio, para comunicar nuestra derrota y todos los males acaecidos, pensando en rogar por mi perdón el resto de mi miserable y poco valiosa vida.



El camino de regreso fue lo menos riguroso para mí, la carga que llevaba sobre mi conciencia hacia que todo lo demás no me importara. Así, solo y maltrecho llegué a mi tierra de nuevo. Faltando una jornada para llegar al monasterio una nueva fuerza se abrió en mi interior, no podía dejar que nuestro viaje y la muerte de Teofilo fuera en vano y asumiendo todas las consecuencias cogí varios puñados de tierra y los metí en mi saquillo, y en esto podéis ver la falsedad de la reliquia de mi monasterio y de la historia que hace ya varios años os relate, ruego que me perdonéis y roguéis por mi alma cuando os deje ,os aseguro que no fue mi ego lo que me condujo, si no la necesidad de dar un sentido a todo ,a tanto esfuerzo y sufrimiento, a tantos sueños sobre ese puñado de tierra, pues aunque no es de Tierra Santa, es una tierra santa mojada por el sudor , sangre y anhelos de nosotros mismos. Así lo vio el abad, que murió en paz y satisfecho en su lecho y así lo visteis todos, que nombrasteis a un pobre monje como yo el nuevo abad y que con la mayor humildad y sabiduría he tratado de dirigirnos. Este es el testimonio que, como os dije al principio quería dejaros, juzgad como sepáis y queráis, será el Señor el que diga la última palabra, mi conciencia está tranquila y mis huesos están cansados, me voy a acostar, que Dios acoja mi alma si no despierto mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario